Don Álvaro de Bazán, el héroe español que hizo escabechina a los turcos en Lepanto
Así somos los españoles, que uno haya estado prácticamente al mando y capitaneando a nuestra Armada en una de las mayores batallas que han visto los tiempos y que cambió la historia de Europa para siempre, impidiendo el dominio del Mare Nostrum por el Temible Turco, apenas le vale para que le dediquen una pequeña calle cerca de Cuatro Caminos, más o menos detrás de lo que fuera el viejo Hospital de Maudes.
Pero es más, ese mismo hombre tan sólo tiene una estatua (preciosa, eso sí) en la recoleta Plaza de la Villa. Y si preguntan ustedes por la calle seguro que los transeúntes piensan en algún piloto de motociclismo o, en el mejor de los casos, en algún escritor de novela contemporánea, ese primor de nuestras artes y letras. Pero ítem más, a esa misma batalla, donde los nuestros le dieron la del pulpo y la del inglés juntas a los de la Media Luna se le dedica más que calle, un callejón entre la Plaza de Ramales y la Plaza de Oriente, aunque eso sí, el jardín colindante sí lleva su nombre. Nos referimos al Almirante Don Álvaro de Bazán, I marqués de Santa Cruz.
Y por supuesto estamos hablando de una las mayores (si no la mayor) victoria de nuestra gente a lo largo de los siglos, la batalla de Lepanto, donde los españoles, ayudados por otras tropas y marinerías europeas derrotaron a los turcos que mandaba el gran general y marino (lo cortés no quita lo valiente). Pero así somos. Sin ir muy lejos, en la pérfida Albión habría un museo con su nombre, un equipo de fútbol y el día de su aniversario lo celebrarían sin dar clase en los colegios.
Granadino de origen vasco-navarro
Álvaro de Bazán y Guzmán nació en Granada, el 12 de diciembre de 1526 y murió en Lisboa, el 9 de febrero de 1588. Vayan por delante sus títulos, ganados a sangre y fuego durante sus cuarenta años al servicio de España, de la Fe Católica y del Imperio, aquel en el que por aquel entonces no se ponía el Sol: Marqués de Santa Cruz, grande de España, señor de las villas del Viso y Valdepeñas, comendador mayor de León y de Villamayor, Alhambra y La Solana en la Orden de Santiago; miembro del Consejo de su Majestad Felipe II, Capitán General de la Mar Océana y de la gente de guerra del reino de Portugal. Por si fuera poco, Don Álvaro fue el primero en usar los galeones en un gran combate naval y también fue el creador de la infantería de marina, lo que hoy llamamos marines. Santas, generosas y españolísimas gónadas las de Don Álvaro.
De origen vasco (como tantos otros héroes españoles) y navarro, su abuelo igualmente también llamado Álvaro de Bazán, sirvió a los Reyes Católicos, siendo Capitán General en la Guerra de Granada. Su padre, Álvaro de Bazán El Viejo también fue un gran marino.
Marino a los doce años
Nuestro Álvaro de Bazán ya hacía travesuras por la cubierta de la nave capitana de su padre y conociendo las artes de la marinería.
Su ayo y fiel consejero fue Pedro González de Simancas, que le proporcionó una instrucción humanística muy esmerada y le convirtió en hombre culto y y admirador de poetas y humanistas, a los que siempre protegió y de los que fue mecenas a menudo.
En 1538, con tan sólo doce años, acompaña por primera vez a su señor padre en una de sus expediciones, a los 17 años se traslada a Santander también con su padre, donde toma conocimiento de la gran tradición marinera del norte con sus distintos modelos de naves.
Participa junto a su padre en la batalla de Muros (1544) en la costa gallega, que termina con una rotunda victoria española que causó en los franceses 3.000 muertos. Tras la victoria, su padre le concede el mando de la escuadra mientras él se dirige a Santiago de Compostela en acción de gracias y después a Valladolid a informar de la victoria al príncipe Felipe.
Todavía en el reinado de Carlos I consigue el mando de una armada independiente, cuya misión es guardar las costas meridionales de España y proteger la llegada de la Flota de las Indias. No era un veinteañero y era casi un lobo de mar y así se tendrá que enfrentar a los corsarios franceses e ingleses y a los piratas berberiscos que operan desde sus bases atlánticas. En 1554 es nombrado capitán general de la Armada con solo 28 años.
En unos años, además de mantener su hostilidad contra los españoles en operaciones cada vez más envalentonadas los otomanos decidieron atacar Malta, con las aviesas intenciones de que le sirviese de base para la posterior conquista de Sicilia. La resistencia heroica de los malteses detuvo a la formidable flota de Alí Pachá. El esforzado socorro de la plaza por las tropas españolas fue mérito casi exclusivo de Álvaro de Bazán, quien siguió adelante con la empresa de apoyo a pesar de la reticencia de gran parte de la corte de Felipe II.
1566 fue nombrado Capitán General de las Galeras de Nápoles y poco después, el 19 de octubre de 1569, Felipe II le concede el título de Marqués de Santa Cruz. Durante estos años se dedicó a patrullar las costas italianas, reduciendo notablemente los ataques corsarios.
Lepanto
En 1570, la suerte en el Mare Nostrum parecía que estaba echada. Estaba claro que se iba a producir un un violentísimo choque entre las potencias cristianas y el Imperio Otomano. Por una parte, el poder del sultán turco era cada vez mayor en el norte de África, lo que representaba una amenaza para el Imperio español, por cuanto hacía posible un desembarco otomano en la Península Ibérica en ayuda de los moriscos hispanos. Y por otra parte, la invasión de Chipre por las tropas de Selim II llevó a Venecia a decantarse por la acción.
El 25 de mayo de 1571 se firman en Roma las capitulaciones de la Santa Liga que unió al Imperio Español, el Papado, la Serenísima República de Venecia, el Gran Ducado de Toscana, la República de Génova y el Ducado de Saboya. La Santa Liga tenía como fin la destrucción de las fuerzas de los turcos, que eran declarados enemigos comunes y quedaban dentro del ámbito de la acción Túnez, Argel y Trípoli.
Se nombran tres comandantes. Por el Papado Marco Antonio Colonna, Venecia a Sebastián Veniero y por el Imperio español a Don Juan de Austria, quien ostentaría el mando militar supremo de la Santa Liga. La flota reunida por la Santa Liga estaba compuesta por 207 galeras, seis galeazas y 76 buques ligeros.
Álvaro de Bazán se unió con las 30 galeras de la Escuadra de Nápoles el 5 de septiembre de 1571 . Desde el principio dio muestras de prudencia en sus consejos y se convirtió en uno de los más eficaces colaboradores de Don Juan de Austria, quien buscaba sin demora un enfrentamiento contra el enemigo porque comenzaban a surgir roces entre los aliados.
Durante la navegación desde Mesina hasta Lepanto, Álvaro de Bazán tiene como misión dirigir el cuerpo de retaguardia de la Armada, recogiendo a las galeras que se quedasen atrás para que no se perdiese ninguna.
En el orden de combate Don Juan de Austria le da a Álvaro de Bazán la misión de hacerse cargo de la retaguardia para socorrer aquellas zonas donde existiese más peligro para la armada cristiana. Para esta tarea se le asignan 30 galeras, más una agrupación de embarcaciones menores.
El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar la batalla de Lepanto. Su escuadra queda a media milla, por la popa, de la línea de frente.
En el centro de la batalla, la galera La Real, nave capitana de Don Juan de Austria, se abalanza contra la nave capitana turca de Alí Bajá, La Sultana y ambas naves se enzarzaron en un combate cerrado. Marco Antonio Colonna apoya a la nave de Don Juan de Austria, situándose a la retaguardia de La Sultana y aislándola de socorro y refuerzo.
Álvaro de Bazán envía diez galeras y un grupo de fragatas y bergantines para apoyar el éxito que puede suponer la captura de la nave capitana otomana. Como resultado de este refuerzo, el centro otomano queda totalmente deshecho.
Aunque el mando «oficial» fuera de Don Juan de Austria, Álvaro de Bazán fue el hombre clave en la victoria de Lepanto, sus órdenes salvaron la situación de la flota cristiana en tres momentos críticos y actuó en cada situación de la forma correcta maximizando los pocos recursos que tenía.
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