Diamastigosis, el azote ritual de los efebos espartanos en honor de Artemisa Ortia
En la Antigua Grecia, Esparta era un rara avis, no sólo a ojos de un observador actual sino incluso para sus propios contemporáneos.
Su peculiar organización socio-política, que en cierta forma se extendía a la economía y la religión, daba pie a una serie de costumbres y tradiciones, como la agogé (educación apartada y comunitaria de los jóvenes), la eugenesia (abandono de los recién nacidos defectuosos en el Apótetas), el tener una monarquía dual o la práctica de la krypteía(exterminio de ilotas, anual y legal). Otra, menos conocida pero igualmente singular, fue la diamastigosis.
De hecho, la diamastigosis resultaba aún más peculiar, dado que su brutal desarrollo no se llevaba a cabo sobre siervos o gente de segunda sino sobre los que algún día integrarán a los homoioi, es decir los espartiatas (ciudadanos de pleno derecho mayores de treinta años que conformaban el politeuma o cuerpo cívico de la ciudad), durante su juventud.
Y lo de peculiar no es gratuito porque a ver cómo catalogaríamos una lucha de efebos por alcanzar una pila de quesos y hacerse con uno mientras un grupo de defensores adultos trata de impedirlo a latigazos, según narran las descripciones de autores como Platón o Jenofonte.
Este insólito ritual no era un juego sino que formaba parte del culto religioso de Artemisa Ortia, uno de los más antiguos de Esparta, como demuestra el hecho de que era común en los cuatro núcleos poblacionales originales (Limnai, Pitana, Kynosoura y Mesoa).
El santuario de Artemisa Ortia estaba ubicado a orillas del río Eurotas en Limnai, al sur del Peloponeso, donde el registro arqueológico documenta su existencia al menos desde el siglo IX a.C. Al principio era un simple témenos (recinto sagrado) con un altar elemental pero la progresiva expansión del poder espartano, con las consiguientes mejoras económicas, permitieron ir dotándolo de plataforma de piedra e incluso un templo y otras estructuras arquitectónicas.
Si el entorno fue cambiando también lo hizo el propio culto y lo que inicialmente era la adoración de una divinidad sin forma conocida como Ortia, seguramente asociada a alguna manifestación natural (de hecho también se la llama Aotis, la aurora), pasó a asimilarse con la diosa Artemisa, considerada también una de las más antiguas del panteón griego olímpico (la caza, la virginidad, el parto, conceptos sobre los que dominaba, son claramente primitivos).
La fusión de Ortia y Artemisa se plasmó en un xoanon, una estatua de madera, de la que se conservan versiones pequeñas en forma de exvotos y muestran una morfología estilísticamente arcaica.
El xoanon de Artemisa Ortia estaba sediento de sangre y requería continuos sacrificios humanos en los que las víctimas se elegían por sorteo, una muestra más de su carácter primario, algo que pervivió hasta que el famoso Licurgo, que fue quien reestructuró la sociedad espartana siguiendo las instrucciones del Oráculo de Delfos entre los siglos IX y VII a.C, sustituyó aquellos holocaustos por la práctica de la diamastigosis.
Ya que la ceremonia incluía también flagelación, música y danza de los jóvenes al final, el legislador aprovechó esos elementos, resaltándolos en detrimento de la muerte. Seguía corriendo la sangre pero al menos los participantes seguían vivos, salvo cuando alguien se ensañaba con el látigo y era ejecutado como castigo.
De todas maneras, el formato de la diamastigosis no fue igual siempre. Se cree que al principio consistía únicamente en una prueba de resistencia a los latigazos para los aspirantes a espartiatas, que debían resistir sobre el altar de Artemisa el duro castigo como rito iniciático a la edad adulta sin caer en la condición de tresante (literalmente tembloroso, cobarde, pasando a ser despreciado por todos).
Algunos autores así lo deducen del hallazgo de máscaras en el santuario, cuya explicación más probable sería que las usaban los participantes para no resultar favorecidos ni perjudicados en los azotes. Porque ese cierto carácter de espectáculo con los quesos no se habría incorporado hasta después del siglo II a.C, cuando Grecia quedó bajo la órbita romana.
Es más, fueron los romanos los que construyeron una especie de teatro con gradas para que pudiera asistir público a lo que antes era un acto meramente socio-religioso. Según describe Plutarco, se apilaban varios quesos sobre el altar y los jóvenes debían intentar coger uno con la oposición de un grupo de adultos que, a golpe de latigazo, trataban de mantenerles a distancia.
Pausanias cuenta que la sacerdotisa que presidía el ritual se aseguraba de que los azotadores no se inhibieran a la hora de golpear. Eso hizo que ocasionalmente muriera alguno de los efebos, tal como explica Cicerón en su obra Tusculanas. La diamastigosis alcanzó así cotas de brutalidad muy del gusto romano, muchos de cuyos ciudadanos viajaron a Grecia para verla hasta una época tan tardía como el siglo IV d.C.
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