TAXIS, TAXÍMETROS Y CONTROLES DE ALCOHOLEMIA EN LA ANTIGUA ROMA
La diversidad de vehículos que circulaban por las calles de Roma se podrían clasificar por la carga que se transportaba, la distancia a recorrer… y de los medios disponibles, por eso los más pobres viajaban y se trasladaban en el coche de San Fernando (un rato a pie y otro caminando) o en el vehículo de algún conocido. Así que, nos centraremos en los que podían permitirse un caballo o un carro.
Para recorridos cortos o por la ciudad los más adinerados se movían en literas de tracción humana (unos cuantos esclavos) que se completaba con otro esclavo abriendo paso entre la plebe; para trayectos medios e incluso cortos pero urgentes, el caballo, la biga (carro ligero tirado por dos caballos más conocida por las carreras en el Circo), el essedum (parecido a la biga pero para dos pasajeros de pie) y el cisium, el taxi de la época.
El cisium era un vehículo abierto, posiblemente de origen galo, con dos ruedas, tirado por dos caballos y espacio para dos personas sentadas (el cisarius o taxista y el cliente) sobre un especie de caja donde el cliente que lo alquilaba guardaba su equipaje. Para el transporte público o de familias completas, tenían la raeda: un carro de cuatro ruedas con bancos para sentarse y espacio para el equipaje pero con limitación de carga por ley.
Si la caravana o ruolutte de la época era el carpentum, un carro cerrado y con techo para viajar cómodamente en el que se podía comer y beber para no tener que hacer paradas en las mansiones, la limusina, algo más pequeña que el carpentum, era la carruca. El camión con el que se transportaba la carga (materiales, productos de la tierra…) era el plaustrum: una simple tabla de madera sin lados con dos o cuatro ruedas y normalmente tirado por bueyes. Y para terminar con los vehículos más populares de Roma, la arcera destinada al traslado de enfermos y heridos. Tanto la arcera como el carpentum y la carruca tenían una particularidad que los distinguía del resto de carros, y que los hacía más cómodos, una especie de suspensión con correas de cuero.
Cuentamillas romanas
Esta palabreja es sólo una licencia que me permito para denominar al cuentakilómetros que tenían los romanos para medir las distancias. Ellos lo llamaron odómetro. Una milla romana convertida a nuestro sistema métrico decimal seriá, más o menos, casi un kilómetro y medio.
Aunque parece que la invención del aparato en cuestión fue cosa de Arquímedes, la descripción más precisa de su funcionamiento la hace Vitruvio en De Architectura (libro VII) en el siglo I a.C. El odómetro era un sistema de engranajes con una rueda dentada de un diámetro de 4 pies -un pie, unos 30 cm- y 400 dientes conectada a la rueda. Una vuelta completa de esta rueda suponía haber recorrido una milla y un guijarro (cálculo) caía en una caja. Al final del trayecto sólo había que sumar los cálculos para saber las millas recorridas. También se intentó adaptar este sistema a los barcos con unas ruedas con palas pero el vaivén y el bamboleo de las embarcaciones hacía que el sistema no fuese muy preciso. Lo que está claro es que el odómetro era una herramienta fundamental en el trabajo del taxista de la época.
Alcoholímetro
Desde los orígenes de Roma, las mujeres tenían prohibido beber vino y la obligación de besar al marido. Ambas, prohibición y obligación, estaban directamente relacionadas y tenían que ver con elius osculi, el alcoholímetro de la época. Por medio del ius osculi (derecho al beso), el marido besaba en la boca a su esposa para comprobar si había bebido vino. Excepto el supuesto de que el vino consumido fuese prescrito por un médico, porque el vino también se utilizaba con fines medicinales, el castigo que recibiría la esposa que hubiese dado positivo era una paliza, el repudio e incluso la muerte. Este último caso lo cita el historiador Valerio Máximo (siglo I) cuando relata la historia de un tal Mecenio que mató a palos a su mujer por beber vino. Fue un caso sonado en la sociedad romana de la época, pero no por haberla matado, a lo que tenía derecho, sino por el método utilizado. Según Plinio el Viejo, las mujeres condenadas por este tipo de “delito”, equiparable al de adulterio, debían ser encerradas en una habitación de la casa y dejarlas morir por inanición, tal y como se hizo con la esposa que robó a su marido las llaves de la bodega donde guardaba el vino. Aún así, como sólo se equivocó en la forma (¿?), su caso fue, como diríamos hoy, sobreseído. La esposa acusada podía pedir el “contranálisis” que, lamentablemente para ella, corría a cargo de los parientes de la parte acusadora. La esposa debía echar el aliento a los familiares del marido que, seguramente, confirmarían su positivo. Retomando la historia Mecenio, el comentario de Valerio Máximo de esta historia “justificaba” el porqué de castigar este delito:
Con el paso del tiempo esta prohibición se fue relajando y las mujeres pudieron disfrutar de los placeres de Baco.