jueves, 31 de marzo de 2016

GUNDAHARIO, EL REY DE LOS BURGUNDIOS




GUNDAHARIO, EL REY DE LOS BURGUNDIOS




Nuestro archienemigo de hoy fue un personaje poco relevante para los historiadores romanos coetáneos, pero sus gestas y tejemanejes familiares se recogieron en una de las epopeyas germánicas más relevantes de la temprana Edad Media, El Cantar de los Nibelungos.
Vigésimo cuarta entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló
La primera pregunta es… ¿Quién fue realmente Gunther? Precisamente, a este rey legendario de los burgundios se le conoció por diversos nombres dependiendo de la procedencia de las fuentes: Gundahar para los germanos, Gúðere en nórdico antiguo, Gundaharius para los romanos o Gunnar para Anglos y Sajones. Gundahario nació sobre el 385 de nuestra era en algún lugar indeterminado del lado norte del Rin en el seno de una de las tribus germánicas menos conocidas, pero que, a diferencia de otras más reseñadas, perduraron en la memoria y topografía medieval de Europa. Los burgundios procedían del Báltico, muy probablemente de la isla danesa de Bornholm (quizá por ello los vikingos noruegos la llamaron Burgundarholmr, la isla de los burgundios), pasando sobre el año 200 al norte de la actual Alemania e integrándose junto a otros pueblos germanos en su lento camino hacia tierras más fértiles y cálidas, hacia el Imperio romano.

Su entrada en la Historia fue tan dramática como los terribles años en que le tocó vivir. En el crudo invierno del 405/406, una enorme confederación de pueblos germánicos aguardaba al otro lado del Rin a la espera de que se diesen las condiciones óptimas para cruzarlo y establecerse en las fértiles tierras del Imperio. Parece ser que aquel invierno fue uno de los más severos de la década y el río se heló a la altura de Mongotiacum (hoy Maguncia), lugar por el que miles de alanos, suevos, vándalos y burgundios penetraron en el limes, saqueando todo cuanto cayó a su paso entre Borbetomagus (hoy Worms) y Augusta Treverorum (hoy Trier). Este terrible momento se puede rememorar a lo grande en la estupenda novela “El Águila en la Nieve” del británico Wallace Breem.
El rey de los burgundios, en colaboración con Goar, su homólogo alano, colocó un emperador romano de su gusto en la Galia, un tal Jovino, el cual le concedió “oficialmente” en el 411 toda la ribera del Rin entre el Lauter y el Nahe, ocupada “extraoficialmente” desde el 406, quedando en manos burgundias ciudades importantes de la frontera norte como Argentoratum (Estrasburgo) o la citada Borbetomagus, ciudad donde estableció su trono permanente.
Jovino fue un manipulable senador al que proclamó emperador la nobleza galorromana y que, durante los dos breves años que duró su conato de usurpación, fue un mero títere de los dos caudillos bárbaros. Les concedió más privilegios, ciudades y tierras a cambio de su pleitesía nominal y su promesa de ayuda en caso de enfrentarse al verdadero emperador de Roma,Flavio Honorio. Aquella extraña alianza fue quebrantada por Gundahario todas las veces que quiso, realizando razzias de extremo a extremo de la antigua Galia Bélgica sin que las enérgicas protestas de la maltratada población galorromana surtiesen ningún efecto.

La salida de los godos de Italia a mediados del 411 provocó un desequilibrio de poderes que acabó con el ataque de Ataulfo al césar usurpador, la captura de Jovino en Valentia (la Valencefrancesa) y su ajusticiamiento en Narbo por parte del gobernador de la Galia, fiel al melifluo emperador Honorio. Roma no estaba en condiciones de sacar a los invasores germanos de la Galia, por lo que la cancillería del emperador no tuvo más opción que ratificar el pacto de cesión firmado por Jovino, además de concederle el título de foederati. De aquella manera, en su función de aliado del Imperio, Gundahario quedó como amo y señor de un vasto territorio que acabaría siendo conocido como la tierra de los burgundios, hoy Borgoña.
Aquel ventajoso pacto con el débil Honorio no hizo más que alentar a la nobleza guerrera burgundia. Las correrías por toda la provincia se multiplicaron durante los años siguientes, creando una situación de desgobierno y terror que alarmó al más brillante y postrero de los legados de Roma. Muerto Honorio, la púrpura recayó sobre otro inútil, Valentiniano, el hijo de su hermanastra Gala Placidia. Mientras aquel regente incapaz vivía encerrado en su guarida de Rávena, Flavio Aecio tomó el control del Imperio de Occidente, manejándolo con puño de hierro. Para muchos historiadores fue el mejor militar romano de todo el siglo V. Criado como rehén en las cortes del godo Alarico y el huno Rugila, donde pasó 9 años, conocía y mantenía buenos contactos con ambas etnias. En el 433, el emperador le concedió el cargo de Magíster Militum, equivalente a una capitanía general de los ejércitos de Roma. Desde aquel año, quien pasaría a la Historia con el sobrenombre de “el último de los romanos” se dedicó a recuperar la autoridad que Roma había perdido durante el desastroso mandato de Honorio. Maestro de la estrategia, y tras frenar las pretensiones de los visigodos en la Galia usando sus intrigas, en el 436 Aecio alentó una expedición de sus auxilia hunos destinada a desmantelar el reino de Gundahario.
La campaña fue un éxito, según narraron los historiadores Prospero e Hidacio; Gundahario cayó en combate, así como miles de los suyos. Su hijo, el príncipe Gondioc, y los burgundios supervivientes fueron asentados en la región de los abetos, Sapaudia (hoy conocida como Saboya) y, años después, aquellos mismos burgundios participaron bajo las órdenes de Flavio Aecio en la última gran batalla del Imperio Romano de Occidente, los Campos Cataláunicos, derrotando a Atila y sus federados y vengándose así de aquellos otros hunos que arrasaron su reino y mataron al gran rey que los condujo desde las frías tierras del norte hasta las feraces vegas de la Galia.

Hasta aquí la Historia, pues la mitología nórdica nos aporta más detalles sobre Gunther (Gundahario). Las leyendas que forjaron el Cantar de los Nibelungos nos cuentan la tortuosa relación entre su esposa Brunilda y su hermana Krimilda, como ésta fue esposa del héroeSigurd (Sigfrido) y de la muerte de éste por las intrigas de su cuñada. Asimismo, esta obra legendaria nos aporta una versión diferente del final de Gundahario: el rey y sus nobles fueron invitados a cenar a la corte del rey Etzel (Atila), y éste, codicioso del tesoro de los nibelungos, pues sólo aquellos conocían su preciso paradero en el fondo del Rin, ordenó que fuesen asesinados.


CUANDO EN EL EJÉRCITO DE VENEZUELA SE ASCENDÍA A CAPITÁN MATANDO 50 ESPAÑOLES





CUANDO EN EL EJÉRCITO DE VENEZUELA SE ASCENDÍA A CAPITÁN MATANDO 50 ESPAÑOLES





Después de la caída de la Primera República de VenezuelaSimón Bolívar emprendió la marcha que fue conocida como la “Campaña Admirable”, partiendo el 14 de mayo de 1813 desde Cúcuta, Colombia, con el objetivo de liberar Venezuela de la Corona de España. Como antecedente, es preciso relatar que casi una década antes la República de Haití había logrado su independencia, pero de una manera muy poco ortodoxa y más bien sangrienta. El punto de inflexión en la Revolución haitiana, y que a la postre logró expulsar a las tropas francesas de la isla, fue la conversión de una inicial lucha de clases en una lucha racial. No sé si la historia ha juzgado para bien o para mal este tipo de acciones extremas, pero lo cierto es que este mismo modelo de xenofobia fue adoptado por los patriotas venezolanos en esta incursión armada que logró llegar a Caracas entre vítores y flores.

Y es que la guerra es así, la escriben los ganadores y a los juglares e historiadores les encanta recrearse en las gestas épicas, en las entradas triunfales, en las reuniones importantes o en las heroicidades, pero suelen olvidar la mayoría de atrocidades y las horrendas e inhumanas decisiones que –en ciertos momentos y para inclinar la balanza- tomaron tanto vencedores como vencidos (¿será por aquello de que algunos creen que en la guerra todo vale?). Esa es la historia que a mí no me gusta, la que no es descrita en su totalidad, la que es fruto del patriotismo de “venda en los ojos” y que sólo lustra el brillo de las entradas triunfales, del discurso oportunista y de los solemnes momentos firmando capitulaciones. Esa es sólo una parte de la historia, pero cualquier guerra, por más “justa y necesaria que sea“, no lo duden, ha dejado huérfanos, viudas y muchos inocentes muertos. Por más orgullosos que estemos de ser países libres, esas libertades le han costado ríos de lágrimas y sangre al pueblo, porque todos los políticos y altos militares normalmente terminaron la guerra sin despeinarse. Esta es una historia de esas que no me hace sentir orgullo por ningún prócer, porque las acciones, por más necesarios que hayan sido en su momento, no me representan ni en mi tiempo ni en mis circunstancias.
En el mes de enero de 1813, antes de que empezara la campaña de Bolívar, el caudillo venezolano Antonio Nicolás Briceño junto a otros oficiales patriotas diseñaron un plan para liberar Venezuela -cercano a una proclama xenófoba bordeando los límites del genocidio- a la que se dio el nombre de Convenio de Cartagena. Entre sus artículos destacados podemos citar:
En el nombre del pueblo de Venezuela se hacen las proposiciones siguientes para emprender una expedición por tierra con el objeto de libertar a mi patria del yugo infame que sobre ella pesa. Yo las cumpliré exacta y fielmente pues las dicta la justicia y que un resultado importante debe ser su consecuencia.
Primero: serán admitidos a formar la expedición todos los criollos y extranjeros que se presenten conservando sus grados. Los que aún no han servido obtendrán los grados correspondientes a los empleos civiles que hayan desempeñado y en el curso de la campaña tendrá cada cual el ascenso proporcionado a su valor y conocimientos militares.
Segundo: como el fin principal de esta guerra es el de exterminar en Venezuela la raza maldita de los españoles de Europa sin exceptuar los isleños de Canarias, todos los españoles son excluidos de esta expedición por buenos patriotas que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe quedar con vida no admitiéndose excepción ni motivo alguno; como aliados de los españoles los oficiales ingleses no podrán ser aceptados sino con el consentimiento de la mayoría de los oficiales hijos del país.
Tercero: las propiedades de los españoles de Europa sitas en el territorio libertado serán divididas en cuatro partes, una para los oficiales que hicieren parte de la expedición y hayan asistido a la primera función de armas haciéndose su reparto por iguales porciones con abstracción de grados, la segunda pertenece a los soldados, indistintamente las otras dos al Estado. En los casos dudosos, la mayoría de los oficiales presentes decidirá la cuestión […]
Noveno: para tener derecho a una recompensa o a un grado bastará presentar cierto número de cabezas de españoles o de isleños canarios. El soldado que presente 20 será hecho abanderado en actividad, 30 valdrán el grado de Teniente, 50 el de Capitán…
Cartagena de Indias, 16 de Enero de 1813. Antonio Nicolás Briceño



 Esta proclama fue transformada en decreto por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813, llegando a conocerse como el Decreto de Guerra a Muerte y estando en vigor hasta el 26 de noviembre de 1820 cuando el español Pablo Morillo se reunió con Bolívar para firmar un armisticio y regularizar la guerra. Durante la Campaña Admirable “todos los europeos y canarios casi sin excepción fueron fusilados” por las armas patriotas a su paso. En febrero de 1814, al concluir la campaña, Juan Bautista Arismendi, por órdenes de Bolívar, mandó fusilar a 886 prisioneros españoles en Caracas. Del 13 al 16 febrero añadió a su lista más de 500 enfermos ingresados en el hospital de La Guaira .
Aparte de lo cruel y sanguinario del documento, también tenía éste un trasfondo político, porque lo que se pretendía era apelar al nacionalismo y cambiar la opinión pública acerca de la guerra civil que vivía Venezuela para hacerla ver como una guerra pura y dura entre dos naciones y no como una rebelión. Esta proclama fue redactada bajo la justificación de los crímenes cometidos por el realista Domingo Monteverde y su ejército sobre los republicanos durante la caída de la Primera República. Otra justificación al decreto la dio Simón Bolívar en la ciudad de Valencia el 20 de septiembre de 1813, argumentando la brutal represión a la que fue sometida Quito el 2 de agosto de 1810 después del llamado Primer Grito de Independencia.